La hora de los laicos 15: La Iglesia manos y pies no
cumple su deber - Comentario a la luz de la Exhortación Apostólica 'Christifideles laici'
Germán Mazuelo-Leytón
Páginas relacionadas
Apostolado social y presencia pública de los fieles cristianos laicos
La Exhortación apostólica postsinodal
Christifideles laici,
puntualiza cinco
«criterios de eclesialidad» que
permitan a las respectivas instancias eclesiales animar y orientar el
discernimiento y reconocimiento eclesial de las asociaciones y movimientos
de apostolado seglar.
El quinto criterio de eclesialidad exige:
«comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la
doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral
del hombre. En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser
corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas
condiciones más justas y fraternas en la sociedad» (CL 30).
Los
seglares están llamados a dar testimonio y a actuar en la sociedad, no
solo como individuos, sino también cuando sea necesario en agregaciones,
asociaciones, movimientos y grupos, con apostolado individual o asociativo
para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad» (1 Tim, 2, 4), vivir «la fe como virtud pública»,
a «reconocer los signos de los tiempos… aprovechar las oportunidades y a
mirar lejos».
Más aún «los laicos, que tienen responsabilidad dentro de toda la vida de la
Iglesia, no solo están obligados a procurar animar el mundo de espíritu
cristiano, sino que están también llamados a ser testigos de Cristo en medio
de todos, es decir, también en medio de la sociedad humana» (Gaudium et
Spes, 43d).
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es obligatoria para
todos los bautizados que deben vivir y actuar según sus principios. La
Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) define así a la DSI:
«es la enseñanza moral que en materia social, política, económica, familiar,
cultural, realiza la Iglesia, expuesta por quien tiene la autoridad y la
responsabilidad de hacerlo.»
La enseñanza y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia forman parte
de su misión evangelizadora. Juan Pablo II, habla del anuncio de
la DSI; expresión llamativa porque implica analogarla al anuncio del
Evangelio, de lo que se deduce que la DSI tiene de por sí el valor de un instrumento
de evangelización (Centesimus Annus, 54).
Consecuentemente, animando el mundo de espíritu cristiano, «tendrán que
descubrir, cada vez mejor, la vocación propia de los laicos, llamados como
tales, a “buscar el reino de Dios», tratando las cosas temporales y
ordenándolas según Dios” (Novo Millenio Ineunte, 46), y también a
llevar a cabo «las tareas propias en la Iglesia y en el mundo… con su acción
para la evangelización de los hombres» (ib.).
«En el contexto de las perturbadoras transformaciones que hoy se dan en el
mundo de la economía y del trabajo, los fieles laicos han de comprometerse,
en primera fila, a resolver los gravísimos problemas de la creciente
desocupación, a pelear por la más tempestiva superación de numerosas
injusticias provenientes de deformadas organizaciones del trabajo, a
convertir el lugar de trabajo en una comunidad de personas respetadas en su
subjetividad y en su derecho a la participación, a desarrollar nuevas formas
de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar
nuevas formas de iniciativa empresarial y a revisar los sistemas de
comercio, de financiación y de intercambios tecnológicos.
Con ese fin, los fieles laicos han de cumplir su trabajo con competencia
profesional, con honestidad humana, con espíritu cristiano, como camino de
la propia santificación, según la explícita invitación del Concilio» (CL,
43).
Juan Pablo II, en su homilía conclusiva del Sínodo de 1987 calificó al
seglar cristiano como el nuevo protagonista de la historia, cuando
afirmó:
«He aquí al fiel laico lanzado en las fronteras de la historia: la familia,
la cultura, el mundo del trabajo, los bienes económicos, la política, la
ciencia, la técnica, la comunicación social, los grandes problemas de la
vida, de la solidaridad, de la paz, de la ética profesional, de los derechos
de la persona humana, de la educación, de la libertad religiosa».
Ante el egoísmo y la dominación que se erigen como tentaciones importantes
en los hombres, se hace también necesario un discernimiento cada vez más
afinado, para poder comprender en su raíz las nacientes situaciones de
injusticia e instaurar progresivamente una justicia siempre menos
imperfecta.
Luminarias en la noche (cf. Flp 2,
15). «Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para
expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente
responsabilidad», (Juan Pablo II, homilía a los laicos, Toledo,
4-11-1982).
El problema estriba, en la interpretación y aplicación y a los fines que se
orienta la DSI, por lo que los fieles laicos empeñados en lo social, no
pueden olvidar el problema de la contaminación cultural, siendo por lo tanto
necesario que se ponga gran atención a su acción, para que ésta pueda ser,
incluso culturalmente, reconocida de una manera clara como autentico
testimonio cristiano, que no acepta tratados dialógicos ni compromisos (cf. Dominus
Iesus).
Por eso interesa señalar lo que no es la DSI, y, no es pues, un conjunto de
recetas prácticas para resolver la «cuestión social», no es
una «ideología» ni contiene elementos ideológicos, y no es una «tercera
vía», un punto medio o «modelo alternativo», sino una doctrina
que los trasciende, por esa misma razón, la DSI
«no propone ningún sistema particular, pero, a la luz de sus principios
fundamentales, hace posible, ante todo, ver en qué medida los sistemas
existentes resultan conformes o no a las exigencias de la dignidad humana»(Libertatis
conscientia, 74).
Tenemos una DSI con las directrices de los Papas y de los obispos, la
Iglesia cabeza
ha cumplido ciertamente con su deber, pero si los
intelectuales católicos no la estudian, si los fieles no la leen, si los
empresarios católicos no la practican, si los obreros católicos no la
propagan entre sus pares, estamos perdidos. La Iglesia manos, la
Iglesia pies, no ha cumplido con su deber. «Si la
Iglesia quiere llegar a las estructuras del mundo, lo hará por el laicado o
no lo hará» (Cardenal Quarracino).
La vida cristiana laical es el mejor antídoto contra el cáncer devorador de
la corrupción moral que corroe las entrañas de la sociedad actual.