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El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: La Reparación libro III cap. 2

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 Nota: Al comienzo de la página le ofrecemos los puntos saltantes del capítulo y al final del resumen encontrará los enlaces que lo llevarán inmediatamente al tema que pueda interesarle.

 

Libro III

Capítulo Segundo

La Reparación

 

Resumen del capítulo:

 I. "Reparemos los ultrajes que se hacen a su amor". Así hablaban santa Magdalena de Nazis y san Francisco de Asís.- La humanidad culpable y arrepentida, siente que sus expiaciones son insuficientes.- A una Majestad infinita, se le debe una reparación infinita; es Jesús que la ofreció en persona en el Calvario; que la ofrece cada día sobre nuestros altares y en el Tabernáculo.- Ingratitud de los hombres con relación a la Eucaristía, que es la expresión suprema de su amor inmenso. - Jesús se queja de esta ingratitud a santa Margarita María.- ¿Cómo puede Jesucristo decir que le hacemos sufrir?                     

 II. ¿Qué es el pecado? ¡Una rebelión, una locura, una injuria! ¿Acaso Dios puede mostrarse indiferente?- ¿Cómo es que al pecado se le llama deicidio?- Si Jesús fuera aún pasible, el pecado le haría sufrir, triste efecto que Nuestro Señor hace sensible, mostrando a los hombres su Corazón sangrante, su cuerpo cubierto de heridas.- En el Calvario, el pecado crucificó al Hijo de Dios; y como para Dios todo es presente, esta muerte está siempre presente ante sus ojos.- Y nos lo dice: se muestra actualmente expuesto a los mismos ultrajes, que en tiempo de su pasión; lenguaje y manifestaciones llenas de verdad. ¿Cómo?- Pide para su Corazón un culto de reparación                           

 III. En qué consiste esta reparación.- Enumeración y breve" explicación de sus principales actos: el conocimiento, la adoración, el amor, la satisfacción, la oración, la alabanza, la compasión, la acción de gracias, la imitación, la unión con Jesús, el celo por su gloria y la salvación de las almas.- Valor que obtienen nuestras reparaciones de nuestra unión con Dios, por la gracia, y del Sagrado Corazón, nuestro divino suplemento.-Cómo Jesús es el Reparador por excelencia de la gloria de la Santísima Trinidad; y María es la Reparadora por excelencia de los ultrajes hechos al Sagrado Corazón de Jesús.- Razones múltiples de la excelencia de nuestra reparación.- Ejemplo de este poder de reparación

I. Necesidad de la reparación

II. Los sufrimientos místicos del Corazón de Jesús

III. Caracteres y efectos de la Reparación

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDO DEL LIBRO TERCERO

 

 

Santa M. Magdalena de Pazis tenía por el Sagrado Corazón de Jesús, un amor tan ardiente, que su alma estaba toda abrasada. Viendo que la sangre que El suministraba para operar el gran misterio de nuestra Redención estaba o pisoteada o despreciada por la mayoría de los hombres, que la Eucaristía, de la que nos había hecho un don tan eximio, en un exceso de ternura, se había con­vertido en objeto de indiferencia o de injurias, ella exclamaba a menudo, entre sollozos: "El Amor no es amado; y si no queremos que Amor se convierta en odio, reparemos los ultrajes de que esobjeto"1 . Se refiere la misma reacción y el mismo sentimiento de parte de san Francisco de Asís.2 De este dolor, surgió la idea de la reparación.

 

I. Necesidad de la reparación

Después de la rebelión del hombre contra Dios, la reparación se ha convertido en necesidad. Todos los hijos de Adán pueden gritar más o menos, como David: "Mis culpas sobrepasan mi ca­beza, como un peso harto grave para mí (Ps. 37, 5)". "Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" Ps. 50, 5 y 6). "Yo merezco de verdad vuestra indignación; ¿qué podré hacer para aplacar vuestra indignación? Estoy presto a todos los sacrificios, para desarmar vuestra justa ira" (Ps. 37, 18). "Tened piedad de mí según vuestra misericordia infinita" (Ps. 50, 3). "Quiero ofreceros como holocausto un corazón contrito por el dolor" (Ps. 50, 19). "Y como hostia de alabanza, el incienso de mi corazón" (Ps. 50, 21).

Así es el grito de la humanidad culpable y arrepentida. Ella siente, como el real Profeta, que sus propias expiaciones son insuficientes. Porque de verdad, ya que es la majestad infinita la ofen­dida, se requiere una reparación que sea infinita también.

He aquí porqué el Hijo de Dios, escuchando sólo su amor, se ofreció como víctima, tomando nuestra naturaleza y ha dado a sus expiaciones el valor que requería y exigía la divina justicia.

Pero quiere que todos los que han sido rescatados, se asocien a su obra de reparación, a fin de que haya armonía entre su Co­razón y el nuestro.3Esta obra de reparación, ¿es que termina en el Calvario? No!!! Continúa sobre nuestros altares, pues el torrente de nuestras iniquidades no cesa de extender sus ondas impuras y tristes a través de las generaciones humanas. Constantemente en estado de víctima, Jesús ofrece a su Padre, para la expiación de los pecados del mundo, el mismo sacrificio que ofreció en la cruz. Su Corazón adorable, en su mística inmolación, repara sin cesar lasofensas que se cometen; su oblación perpetua y absoluta es como un himno de alabanza que acalla el clamor de las blasfemias y los ultrajes. Allí, sobre el altar del sacrificio o desde el Tabernáculo, Jesucristo da un grito, no de venganza o de justicia, sino de miseri­cordia y de perdón.

Además, hace de la Eucaristía el resumen de todos sus beneficios y favores, la expresión suprema de su caridad hacia los hombres; en este divino sacramento nos manifiesta todo su amor y nos prodiga sus bienes. Hace de él el trono de su clemencia, una fuente de vida, un océano de bendiciones... Pero los hombres, ¿cómo res­ponden, en su mayoría, a esos prodigios de ternura? Tristemente, sólo con la ingratitud o el desprecio. En lugar de reparar, como deberían, y de unir sus satisfacciones a las de Jesús, para aplacar la justicia de Dios y obtener sus gracias, le ultrajan con el pecado, la indiferencia y el olvido. En el seno de la inmensa multitud de loshumanos, que se agita en todas direcciones, sólo queda un pequeño y restringido número, un grupo casi imperceptible de adoradores sinceros y fieles amigos.

Jesucristo se lamenta de este abandono a santa Gertrudis, a santa Brígida, a santa Lutgarda, a santa Coleta, a santa Teresa y a mil otros. Se presenta a esas almas escogidas, en el estado horro­roso al que le han reducido sus verdugos, en el momento de la Pasión. Y les declara que las crueldades, cometidas antaño por los ajusticiadores, son menos dolorosas a su Corazón, que las que se cometen hoy contra El, y no tanto por el pasado solicita lágrimas, sino más bien por el presente.

Escuchad lo que dice, en épocas más recientes, a santa Marga­rita María:Mira, hija mía, cómo los pecadores me tratan y me des­precian.5 Luego, se le presenta como un Ecce Horno, todo desfigu­rado irreconocible casi, cargado con la cruz, cubierto de llagas y golpes, su sangre adorable cayendo por todas partes. Y le dice con voz triste y quejumbrosa: "¿No habrá nadie que se apiade de mí y que quiera compartir y tomar parte en mi dolor, en el estado de­plorable a que me han reducido los pecadores, sobre todo en elmomento presente? "6

"Un día, dice la Santa, estando delante del Stmo. Sacramento, Nuestro Señor me descubrió su pecho, mostrándome su Corazón divino, y me hizo entender estas palabras: "He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres que no ha rehusado nada, que se ha agotado y consumido, para probarles su amor; y en recono­cimiento, no recibo de la mayoría más que ingratitudes, por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdad que muestran para conmigo."7

"Si estos ultrajes me vinieran solamente de mis enemigos, yo podría tal vez soportarlos todavía; pero no, me son causados en gran medida por aquellos mismos que he cubierto con mis benefi­cios, que había admitido en mi intimidad, y a quienes prodigo, cada día, los gestos más tiernos de mi afecto. 8

Estas son las quejas que afloran del Corazón del divino Reparador...

¿No había dicho ya en el Apocalipsis, que la languidez de un alma tibia, soliviantaba su corazón?9 Y no afirma san Pablo, que los que se abandonan al crimen, crucifican de nuevo al Hijo de Dios en sí mismos y lo exponen a la ignominia? 10 ; y en otro lugar: que los que pecan voluntariamente, después de haber conocido la verdad, pisotean a Jesucristo ?11

Pero, Jesucristo, hoy glorificado ya es impasible, ¿es que pue­de aún sufrir? No, aseguran los santos Doctores; las expresiones que se utilizan son figuradas; Dios las emplea para acomodarse a nuestro lenguaje; nos equivocaríamos al tomarlas en sentido literal, en el sentido en que se las escucha habitualmente, cuando se las usa en el contacto con los hombres. Pero Dios, ciertamente, habla para expresar algo — su palabra no podría encerrar una mentira — Pero, puesto que Jesús no sufre, ¿cómo puede decirnos que le hacemos sufrir y que es la víctima de nuestros pecados actuales? Estamos en presencia de un profundo misterio delante del cual la razón tiene que rendirse; querer penetrarlo, sería pretender lo imposible... No obstante, ensayemos levantar un poco el velo que nos encubre la realidad.

II. Los sufrimientos místicos del Corazón de Jesús

Dios se basta a sí mismo. Antes de la creación no le faltaba nada para su bienestar. La existencia del mundo no le ha propor­cionado nada que le fuera necesario, y si fuera aniquilado, devolviéndolo a la nada, no se resentiría. No obstante, por la misma ra­zón que lo creó de la nada, debe mantener con las criaturas las re­laciones que convienen a su cualidad de Creador; y a su vez, las criaturas deben conducirse con respecto a El, como la obra de sus manos. Alterar esas relaciones, es desconocer e ignorar su autori­dad, es violar sus derechos más sagrados, es rehusarle lo que le co­rresponde y que El reclama. Es sacudir su yugo, es despreciar suvoluntad, es pisotear sus órdenes... ¿Es que Dios puede permane­cer indiferente a esta injuria? ¿Podríamos extrañarnos de sus que­jas?

El pecado no es sólo una rebelión, es además un atentado con­tra Dios. "En efecto, dice san Bernardo, ¿qué pretende el pecador? O que Dios ignore su crimen, o que se quede indiferente, o que no pueda castigarlo!"12 En el fondo es como si quisiera la destrucción del Ser divino, puesto que le querría sin sabiduría, sin justicia, sin poder: perfecciones sin las que Dios no puede existir.

Cuando ofendemos a Dios, no depende de nosotros que El no sufra realmente; y si una fuerza superior e infranqueable no se opusiera, nuestros pecados tendrían el poder criminal de hacerle sufrir. Gracias a su impasibilidad, El no sufre, es cierto; pero de nuestro lado, nosotros hacemos voluntariamente, libremente todo lo que está en nuestro poder y todo lo que sería necesario para hacerle sufrir, si fuera capaz del sufrimiento. Es en vano que preten­damos justificarnos, diciendo que esta intención está lejos de nues­tro pensamiento y que nos horroriza... habiendo puesto la causa,no podemos excluir el efecto; y si, una vez más, una fuerza supe­rior no colocara al Hombre-Dios fuera de nuestro alcance, cierta­mente seríamos causantes de sus sufrimientos.

Y cuando Jesucristo nos muestra su Corazón sangrante, cu­bierto de heridas y coronado de espinas, reprochándonos nuestra crueldad, sólo pretende hacer más palpable, más evidente a nuestros ojos la ejecución del deseo implícito que contiene el pecado que cometemos, el término a que va dirigido por naturaleza y que conseguiría actualmente, si no fuera contenido por una imposibi­lidad absoluta de conseguirlo en la realidad.

Remontémonos a los casi 20 siglos de distancia, a los días de Nuestro Señor en la tierra. El pecado ha encontrado Dios hecho pasible, por la humanidad que El había tomado en el seno de una Virgen. Y aprovechó la circunstancia; y el Dios-Hombre, a quien la impasibilidad no protegía temporalmente, sucumbió bajo sus gol­pes. Y para Dios, no hay ni pasado ni futuro, todo es presente; para El, lo que pasó, y debe pasar, es siempre actual. Del seno desu inmóvil eternidad, ve nuestro pecado del momento, torturan­do, el día de su pasión a su Hijo bien-amado, aunque según el or­den del tiempo, el deicidio del Calvario se llevó a cabo tantos si­glos antes de nuestra existencia.

Además, si Jesucristo no hubiera expiado nuestros pecados so­bre la cruz, si la satisfacción que hizo aceptar a su Padre no fuera infinita, se necesitaría para aplacar a la justicia divina, que murie­ra y sufriera de nuevo. Así pues, cuando Nuestro Señor se lamen­ta de que renovamos su crucifixión, cuando se muestra tal y co­mo estuvo en los momentos de su Pasión, en realidad no hace más que presentarnos la expiación que su Padre le habría exigido para la reparación de nuestros pecados, si esta expiación no se hubierarealizado antes, o si ella no fuera suficiente del todo. Se limita a poner ante nuestros ojos, tal como la ve, la obra del pecado que para él se realiza incesantemente, y está siempre presente.

Jesucristo no es solamente Dios, es hombre también; si como Dios tiene eternamente ante sí la vista y la detestación del pecado, como hombre, conserva también, en toda su vivacidad los senti­mientos que experimentó al principio de su Pasión, cuando no pu­do contener el sollozo incontenible:Padre! Padre mío! Si es posi­ble, pase de mí este cáliz!

Al revestirse de la inmortalidad perfecta, se despojó de la pasi­vidad que es una muerte comenzada. Siendo el dolor un castigo del pecado, Jesucristo, que era la santidad misma, la santidad subs­tancial e infinita, debía quedar sustraído de sus acosos, tenía derecho a la dicha más completa, desde el primer instante de su exis­tencia. Si durante la vida, el sufrimiento pudo herirle, es que por un insigne milagro, había suspendido temporalmente el ejercicio de su derecho imprescriptible a la soberana felicidad; fue porquepara testimoniarnos su amor, había querido satisfacer rigurosamen­te, por el sufrimiento, a la justicia de su Padre. Una vez cumplida su misión y saldadas nuestras deudas, entró en la gloria y en la im­pasibilidad; pero lasensibilidad no la perdió nunca; no dejó nada en la tierra de todo lo que pudo introducir en el cielo. Se encuen­tra allí con su cuerpo todo entero, y por lo mismo con su Cora­zón. Y como todo corazón humano, y más tal vez, el Corazón de Jesús era sensible; no podríamos ni dudarlo. ¿Por qué ahora no lo será también? ¿Es que la sensibilidad sería una imperfección enel Verbo Encarnado? Evidentemente que no. Así, la sensibilidad siendo inherente a la naturaleza humana, Jesús la posee en su esta­do glorificado. Su sensibilidad está transformada, hay que reconocerlo; pero existe, aunque no podamos precisar exactamente ni las operaciones ni los efectos. Jesús ama todo lo que amaba; sus afectos no han cambiado de objeto, ni se han entibiado.

Las conserva cuidadosamente en su Corazón. Se las ha lleva­do consigo a lo más alto del Cielo, como la porción más rica de su herencia. Conserva pues, en toda su extensión, su amor por Dios su Padre, de quien ha venido a reparar la gloria, y su amor por el hombre, que ha rescatado con su sangre. Así, cuando ve su Pasión despreciada y hecha inútil por un gran número de gente, a Dios ul­trajado de nuevo, a pesar de todos los beneficios, y a millones de almas correr hacia la perdición eterna, está vivamente entristeci­do; eso es lo que podría de nuevo causarle una agonía, si no fueraimpasible; pero he aquí también lo que le hace gritar, desde el seno de su gloria y del fondo de su Tabernáculo: "Que este cáliz se aleje de mi"!

Y cuando, ensayando fundir el hielo de nuestros corazones, Jesucristo nos declara que nuestros pecados le hacen siempre su­frir, y cuando se muestra actualmente expuesto a los mismos ultra­jes y a los mismos suplicios que en el tiempo de su Pasión, su len­guaje y sus manifestaciones están llenas de verdad; es como si nos dijera: "Oh pecadores que me ofendéis, reconoced aquí vuestra obra: contemplad el tratamiento que me habéis hecho seguir, cuando estaba en la tierra. Perseverando en vuestros crímenes, des­honráis a mi Padre, atraéis sobre vuestras cabezas una sentencia más terrible, por el abuso que hacéis de mi bondad. Basta ya! ¿Por qué os sorprendéis que me queje? Ya no estoy ahora sometido al dolor, es cierto;pero no concluyáis, que ahora estoy indiferente. Al adquirir la impasibilidad, no me he desentendido de mis sentimientos. Os amo tanto, a pesar de vuestras frialdades e indiferencias e ingratitudes, que si fuera necesario y mi Padre lo creyera oportuno, descendería voluntariamente a la tierra de nuevo para dejarme crucificar de nuevo, si tuviera la garantía que a este precio me fuera dado salvar a uno solo de entre vosotros. Me habéis sido siempre tan queridos, y vuestros intereses me han sido siempre tan preciosos, que si os llegarais a perder, mi Corazón, aunque inaccesible ahora al dolor, no por eso se quedaría menos entristecido."13 Nuestro Señor, al llamar nuestra atención sobre todo lo que renueva las escenas del Calvario, quiere no solamente comprometer a los pecadores a la conversión, sino también solicitar a las almas fervorosas a consolar su Corazón y a reparar, con sus oraciones, sus mortificaciones y sus buenas obras, los ultrajes que le son inferidos. "He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, dice a santa Margarita María... y que en reconocimiento, no recibo de la mayoría más que ingratitudes... por esto pido que el primer viernes después de la Octava del Smo. Sacramento, sea dedicado a una fiesta particular para honrar a mi Corazón... y que se le rinda un culto especial... para REPARARlas indignidades que ha recibido. "14

III. Caracteres y efectos de la Reparación

La reparación es pues uno de los fines principales de la devo­ción al Sagrado Corazón de Jesús.15 Así, todos los cristianos es­tán invitados, por el mismo Nuestro Señor, a ingresar en este ca­mino. Desea vivamente que las almas fervorosas depositen en el plato de la justicia divina sus satisfacciones, para que sirvan de contrapeso a los pecados que se cometen.

Pero, ¿en qué consiste esta reparación? Contiene muchos actos. He aquí algunos: el conocimiento, la adoración, el amor, la satisfacción, la oración, la alabanza, la suplicación, la acción de gracias, la imitación, la unión con Jesucristo, el celo por su gloria y la salvación de las almas y lamortificación.16

Para reparar dignamente los ultrajes que recibe el Corazón de Jesús, primero se necesita esforzarse en conocer su dignidad, su excelencia, sus grandezas, sus perfecciones, sus virtudes, sus prerroga­tivas, su amor, sus sufrimientos, los tesoros de gracia que contie­ne, en una palabra eso que le hace digno de las complacencias del cielo y de la tierra; este conocimiento es necesario. ¿Cómo en efec­to rendir homenajes a un objeto, cuando se ignoran su naturaleza

y sus cualidades? — No es posible perseguir con ardor un bien que no se estima mucho, o más todavía, que no se conoce en absoluto.17

¡Y cuán raras son las almas que se aplican seriamente a esteco­nocimiento del Corazón de Jesús! La mayoría de ellas están indi­ferentes ante esta obra cumbre del poder divino, delante de este Santuario donde habita la divinidad, delante de este abismo inson­dable de todas las riquezas, delante de esta belleza única, que embelesa a los ángeles y a los santos. Tantos son los que corren detrás de fantasmas sin poder alcanzarlos, se apasionan por naderías, se consumen por adquirir ciencias fútiles o mentirosas, y olvidan aquella que les puede instruir y salvar! Este es, sin duda el más san­griento ultraje que deberíamos reparar, puesto que es el origen de tantos otros.

Al conocimiento del Corazón de Jesús, debemos añadir la ado­ración. Nada más justo, nada más racional. Estudiando este divino Corazón, sabremos quién es el Sagrado Corazón de Jesús, y enton­ces nos prosternaremos delante suyo, en el aniquilamiento y la humillación.18 Le ofreceremos los homenajes que él pide y los honores que merece. Y en esto le compensaremos de las injurias que recibe y de las ignominias a que está sometido.

Si el conocimiento del Sagrado Corazón engendra la adoración, también ella hace brotar el amor. Pues, ¿quién es este divino Co­razón? Si es la bondad divina, si es la misma caridad, si es ni más ni menos que la misericordia encarnada! Debemos pues amarle, no solamente porque posee en un grado sobreeminente todas las cualidades posibles, sino también a causa de la ternura sin límites que nos tiene, de los innumerables beneficios que nos ha dispensado, de tantos favores que no cesa de prodigamos, cada día, a pesar de nuestros pecados. Por esto, nuestro amor hacia El ha de ser genero­so, activo y perseverante.19

Y si esto es así, participaremos naturalmente de su alegría, co­mo también de su tristeza, gemiremos por todo lo que le es causa de disgusto, o le produce aflicción o pena. Trataremos de detener los dardos de la impiedad dirigidos contra El; y nos interpondremos con valentía y los rechazaremos con energía. No retrocede­remos ante ninguna pena, ni ante ningún sacrificio para serle fieles y agradables. Lo sufriremos todo, para poder consolarle. Es lo que llamamos satisfacción.20

Después, oraremos con todo el fervor de que seamos capaces. La oración consuela, la oración desarma, la oración lo consigue todo.21 A veces reviste la forma de súplica o de la alabanza, a veces la de la acción de gracias o de la gratitud.22 Y este medio tan eficaz en sí mismo, se convierte, por decirlo así en todopoderoso, cuando se une a los sentimientos del Corazón de Jesús y que uno imita los ejemplos que nos ha dado,23 pues entonces Dios, viendo en nosotros la imagen de su Hijo, la reproducción de sus virtudes, se mostrará favorable a nuestros deseos.24

Nos sentiremos también abrasados de un celo ardiente en pro­curar la gloria del Corazón de Jesús, propagar su imperio, ganarle almas y hacerle reinar en todas partes.25 De esta manera reparare­mos las injurias que le son inferidas.

Tal vez me digáis, ¿de qué sirven nuestras reparaciones? Son tan ínfimas! Nunca podrán ser dignas de la Majestad de Dios! Por lo tanto no le pueden ser agradables!

Si estuviéramos abandonados a nosotros mismos, este lenguaje estaría cerca de la verdad. Pero sabemos que un cristiano, en pose­sión de la gracia santificante, no es simplemente un hombre. En virtud de su bautismo, se convierte en hijo de Dios por adopción;26 en consecuencia, sus obras son algo más que obras puramente hu­manas. A causa de su unión con Jesucristo, a quien está unido co­mo miembro, sus actos tienen una virtud sobrenatural tan grande, que la Majestad divina puede aceptarlas como dignos de ella.

Además, en la devoción al Sagrado Corazón, que en estos úl­timos tiempos el cielo nos ofrece como un medio de salvación y remedio soberano a los males del mundo, Nuestro Señor hace de su divino Corazón, el precioso suplemento de nuestra debilidad, del que podemos servirnos, para elevar nuestras oraciones y nuestros méritos a proporciones infinitas; y lo convierte también en medio fácil que la naturaleza humana puede emplear para conseguir hasta la perfección, el gran precepto del amor, y cumplimentar todas las obligaciones que contiene.

Nuestro adorable Salvador en persona nos lo asegura."

Si ciertas almas fervorosas, almas privilegiadas como la virgen de Paray-le-Monial, han podido con sus satisfacciones y sus ora­ciones reparar en cierta medida los ultrajes hechos al Corazón de Jesús, consolarle en sus penas, desviar de los hombres la cólera di­vina a punto de estallar, y atraer sobre los corazones endurecidos, sobre familias culpables, sobre ciudades criminales, sobre el mundo y sobre la Iglesia, abundantes bendiciones ¿qué no podremos esperar si María ofrece al Corazón ofendido de su Hijo sus pro­pios méritos, si Ella le dirige sus súplicas en reparación de las inju­rias que recibe de todas partes?

Así como cuando se trata de reparaciones hacia la Santísima Trinidad, la de Jesús es la única suficiente, siendo la única infinita; así cuando la reparación se dirige a la humanidad de Nuestro Se­ñor, a su Corazón sagrado, que es su epítome viviente, la de María, gracias a su inexpresable sublimidad, se encuentra más proporcio­nada, más que ninguna otra, con la cualidad de la persona ultrajada y la amplitud de sus dolores. En efecto, ¿quién conoce mejor que ella la excelencia y la santidad del Corazón de su Hijo? ¿Quiénpuede adorarle con más perfección y amarle con más ardor? ¿Quién puede alabarlo, darle gracias, rogarle con más mérito y efi­cacia? ¿Quién puede hacer gala de haber copiado sus virtudes tan fielmente como ella y ofrecerle satisfacciones tan agradables y tan completas como las suyas? ¿Quién como Ella, ha estado jamás consumida del deseo de procurar su gloria y de ganarle más almas? Esta Virgen santa es pues la Reparadora por excelencia, de los ultrajes cometidos contra el Corazón de Jesús. Sea cual fuere la efi­cacia de esta reparación, tenemos necesariamente que unirle la nuestra;esta cooperación viene exigida por la justicia divina; nadie debería sustraerse .28

¡Oh Virgen incomparable! ¿Qué hacéis al pie de la cruz? Al Redentor que se inmola, impregnado de amarguras y expirando en la angustia y el abandono, vos ofrecéis las satisfacciones que él reclama y los consuelos que él desea; con vuestro amor y vuestras lágrimas29 reparáis los sangrientos ultrajes de que su Corazón está saturado y suplicáis misericordia por los pecadores del presente, así como los del pasado y los del futuro.

Quién sabe si las oraciones de la Madre, en esta hora suprema, no han extraído del Corazón del Hijo y hecho aflorar a sus labios, esas palabras admirables que dirige a Dios en favor de sus verdugos: "Padre mío, perdónalos! —Yo os dirijo esta súplica, en nombre de Aquella a quien se los he dado como hijos."

Su cometido de Reparadora y Abogada, lo continuó durante los 24 años que Ella pasó todavía en la tierra después de la ascen­sión; y lo continúa todavía, y lo continuará siempre hasta la con­sumación de los siglos. Su intervención es tanto más eficaz, cuanto que ella sola, después de Dios puede calibrar la maldad de los crímenes, el número y enormidad de las ofensas que se cometen contra su divino Hijo, que sólo ella, después de Dios, puede conocer la sensibilidad de su Corazón, la vivacidad de su ternura hacia los hombres y la inmensidad de sus dolores ocasionados por su frial­dad, su indiferencia, sus ingratitudes y sus pecados; que ella sola, de entre todas las criaturas puede obtener por sus méritos y poderosa intercesión, perdón y misericordia de este divino Corazón, al que está unida con lazos tan sagrados.

He aquí un ejemplo entre mil:

Un día, la bienaventurada Margarita María, queriendo desviar de su comunidad los males que la amenazaban, recurrió a la ternura y la misericordia del Sagrado Corazón. "No insistas más, dice el Señor, se hacen los sordos a mi voz y destruyen el fundamento del edificio. Si piensan construirlo en suelo extranjero, ya haré que se arruine". La Santa se postró con el rostro en el suelo e insistió con las más tiernas súplicas... Jesús, permanecía inflexible, ya que su Corazón se había visto despreciado en su amor e insultado en sus beneficios, porque sus gracias habían sido rechazadas y no se había contestado a sus requerimientos más que con ingratitud.

Como se ve, el ultraje había llegado al colmo y el castigo pa­recía inevitable. ¿Quién vendrá a desarmar la divina justicia, con una reparación eficaz?

Yo sólo veo una criatura! Es Ella, que formó de su substancia este Corazón divino, cuyo amor ignorado, puede convertirse en rencor. Es María! Su voz será escuchada; sus homenajes acepta­dos y sus méritos darán la satisfacción deseada. Ella se postra de­lante del Hijo enojado, hace la reparación adecuada por los culpa­bles. Y ya está; todos los obstáculos han desaparecido y la victoria más completa ha sido lograda.

Madre mía, dice Jesús, Vos detentáis todo el poder de dispen­sar mis gracias como os plazca; estoy dispuesto, por amor a Vos, a sufrir el abuso que están haciendo... Vos podéis detener el cur­so de mi justicia."

¡Oh Virgen bendita! Ya que vuestro poder es tan grande sobre el Corazón de Jesús, con Vos y por Vos queremos reparar los ul­trajes que le van dirigidos, a Vos confiamos desde ahora nuestros intereses; por vuestras manos sagradas haremos pasar nuestras pe­ticiones, a fin de que sean atendidas con más seguridad. Sobre el Calvario, cuando los discípulos se habían dado a la fuga, estabais sola, con un amigo fiel, representante misterioso de todos los elegidos, para dar las muestras de amor a la Víctima que se inmolaba, atenuar sus sufrimientos, compensarle de los sangrientos insultos que recibía y ofrendar a su Corazón, saturado de amargura, algu­nos consuelos.

Desde entonces, no habéis cesado de seguir ejerciendo el mis­mo oficio, pues la Pasión de Jesucristo se va reproduciendo a cada instante. En nuestros días, en que la devoción al Sagrado Corazón lo domina todo, seguís consiguiendo con un éxito maravilloso este ministerio de reparación hacia este divino Corazón, que los peca­dos de los hombres no cesan de ultrajar. El nuevo título bajo el que os invocamos, Oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón, nos re­cuerda vuestra cooperación a esta Obra admirable que debe salvar al mundo, nos inspira plena confianza, pues nos dice lo que Vos sois para nosotros, nos hace recordar la grandeza de vuestros mé­ritos, la eficacia de vuestra omnipotencia suplicante y la ternura que el Corazón de Jesús siente por Vos.

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDO DEL LIBRO TERCERO

1.     Ver la Vie de Sainte Madeleine de Pazzi.

2.     Amor non est agnitus, amor non est amatus..

3.     Adimpleo ea quae desunt passionum Christi. (Coloss, 1, 24).

4.     Ver la vida de estos diferentes Santos.

5.    Vie de la Bienheureuse, por sus contemporáneos, t. I, p. 87, 2a. ed.

6.     id. ibid. p. 123 y 124.

7.     id. ibid. p. 86.

8.     Fijos enutrivi; ipsi autem spreverunt me. (Is. 1, 2) — Inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem utique. Et si is, qui oderat me, super me magna locutus fuisset, abscondissem me forsitam ab eo. Tu yero, horno unanimis, dux lavimus con consen­su. (Ps. 54, 14 y 15).

9.     Apoc. 3, 15 y 16.

10.  Heb. 6, 6.

11.  Cuadro de texto: 189
2 Tim. 3, 8 y 4, 5.

12.  Utinam vel rebus istis (scilicet terrenis) esset contenta voluntas, nec in ipsum (horri­bile dictu) desaeviret auctorem. Nunc autem et ipsum, quantum in ipsa est, Deum perimit voluntas propia; omnino enim vellet Deum peccata sua aut vindicare non posse, aut ea nescire. Vult ergo eum non esse Deum, quae, quantum in ipsa est, vult eum impotentem aut insipientem, sapientiam perire desiderat. (san Bernard. de Re­surrectione, Serm. III, n. 3).

13.  Omnis qui in pristina peccata... relabitur, iterum quasi crucifigitChristum; quia novo peccato novam dat causam crucis et mortis Christi; facit enim rursum id propter quod Christus crucifixus est; quare nisi Christi mors tam efficax fuisset, ut ad omnia omnino peccata post quantavis saecula futura et iteranda se extendisset, oporteret Christum toties mori et crucifigi, quoties peccant homines, sicut Aaronica sacrificia et victimae, toties mactari et oferri debebant, quoties peccata Judaei... Et etiam: Qui enim in peccr.::, relabitur, hoc ipso contemnit, vilipendia et ridet Christum, Christique crucem et redemptionem, atque hoc ipso causa est, ut Christus in exemplum ludibrfi... omnibus hominibus proponatur, utque... malevoli irrideant Christum, Christique legem et Ecclesiae, sicut Judaei irriserunt Christum in cruce suspensum. (Corn. a Lap. Comm. in epist. ad Hebreos 6, 6).

14.  Vie de la bienhereuse Marguerite Marie, por sus contemporáneos, t. 1, p. 123, 124.

15.  In actis sb. Innoc. XII Postulatoris haec legimus: "Inter alias causas, hanc etiam commendat quod tributum amoris sit ipsi fonti amoris in Eucharistiae sacramento ad reparationem ingratitudinis, improperiorum et scelerum a mortalibus quotidie illatorum" — In actis sub. Clem. XIII, in supplici libello Episc. Polon. haec etiam nempe reparandi injurias illatas Christo Domino in sacramento Eucharistiae". (/n memoriali Episc. Polon., n. 42).

16.  Quomodo invocabunt, in quem non crediderunt? etc. (Rom 10, 14) — Et hoc oro, ut charitas vestra magis ac magis abundet in scientia et in omni sensu (Phil. 1, 9).

17.  Nos ergo diligamus Deum, quoniam Deus prior dilexit nos. (Juan 4, 19). —Quis tam amantem non redamet? (san Bernardo de Passione, c. III, n. 11).

18.  Non diligamus verbo, neque lingua, sed opere et veritate. (I Juan 4, 19). —Amo Jesu nobilis ad magna operanda impellit, et ad desideranda semper perfec­tiora excitat. (Imit. J.C. lib. III, c. V, n. 3).

—Qui non est paratus ad omnia pati, et ad voluntatem stare dilecti, non est dignus amator apellari. Oportet amantem omnia dura et amara propter dilectum libenter amplecti, nec ob contraria accidentia ab eo deflecti. (Id. Ibid. lib. III, c. V, n. 8).

19.  Oratio humiliantis se nubes penetrabit. (Eccl. 35, 21).

20.  Oratio vero ipsa ad SS. Cordis Jesu uno fieri potest modo, sed diversimode mul­tisque exeri actibus, intor quos tres superius citatos specialiter commemorandos ducimus. (De SS. Corde Jesu ejusque cultu, a L. Leroy, c. III, q. 17, n. 226, p. 233).

21.  Hoc sentite in vobis, quod et in Christo Jesu. (Philp, 11, 5).

—Inspice, et fac secundum exemplar. (Exod. 25, 40).

—Exemplum dedi vobis ut quemadmodum ego feci vobis, ita et vos faciatis. (Juan 13, 15).

—Estote ergo imitatores Dei sicut filii carissimi; et ambulate in dilectione sicut et Christus dilexit nos. (Ephes. 5, 1 y 2).

—Vita vestra abscondita est cum Christo in Deo. (Coloss. 3, 3).

22.  Quos praescivit, et praedestinavit conformes fieri imaginis Filü sui... hos justifica­vit... (Rom. 8, 29 et 30).

23.  Zelus est alterum in quo principaliter haerere debet devotus erga SS. Cordis Jesu animus qui illud imitari satagit, zelus scilicet qui definitur ardens studium procu­randi gloriam Dei et Christi et salutem animarum. (de SS. Corde Jesu ejusque cultu, L. Leroy, c. III, q. 17, n. 239, p. 242).


 

24.   Omnes enim filii Dei estis per fidem, quae est in Christo Jesu. (Gal. 3, 26; 4, 4 y 5).

25.   Vie de la bienhereuse Marguerite Marie, por sus contemporáneos, t. I, p. 108, t. II, p. 381 y 382, la éd.

—Ver la Devotion au Sacré Coeur de fesus, por P. X. de Franciosi.

26.   Adimpleo ea quae desunt passionum Christi in carne mea, pro corpore ejus, quod est Ecdesia. (Coloss. 1, 24).

27.   Stabat Mater dolorosa, juxta crucem lacrymosa, dum pendebat Filius. (In festo Septem Dolorurn).

Vie de la bienhereuse Marguerite Marie, por sus comtemporáneos, t. I, pág. 294, 2a éd

 


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