Estanislao Enrique Verjus MSC


 

Conferencia del P. Braun, Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón, dada en  Oleggio, Italia, con ocasión del centenario de la muerte del Obispo Estanislao Enrique Verjus, MSC.

 

Parte Primera.

Hoy, al recordar los acontecimientos de hace cien años, nos encontramos aquí en Oleggio. Fue   el 15 de Noviembre de 1982. Era Martes a las 7.30 de la mañana, cuando el funeral del Obispo Estanislao ENRIQUE Verjus se realizó en presencia de toda la ciudad. "La amplia iglesia era demasiado pequeña para contener la muchedum­bre de manera que teníamos que quedarnos afuera..." , así leemos en el periódico de aquel tiempo donde se anota que más de 10 000 personas estaban presentes en el ce­menterio.

Unos pocos días antes había llegado a Oleggio para ver a su madre, a sus familiares y para visitar la ciudad  en la que había nacido. Tenía en aquel entonces 32 años, era Obispo desde hace 3 años, Obispo titular de Limira y Coadjutor del Vicario Apostólico de Nueva Guinea. Había causado impacto en la gente de tal manera que después de su muerte el  domingo 13 de Noviembre a las 7 de la mañana la noticia de su muerte se extendió a través de Oleggio: "El Obispo Verjus ha muerto... un verdadero apóstol... un santo". No era la primera vez que se dijera algo similar. Luego de su visita "ad liminam" el 18 de Octubre, el Papa León XIII dijo: "Hoy he visto a un Obispo que es realmente un santo".

No creo que sea necesario aquí en Oleggio, donde nació y murió,  repasar minuciosa­mente la historia  de su vida; su juventud, sus años en el seminario, su deseo de salir a las misiones, su obra misionera en Papua Nueva Guinea. Ustedes conocen todos  estos detalles. Quisiera, en su lugar, compartir con ustedes brevemente algunas de las características de este Misionero del Sagrado Corazón que me han impresionado personal­mente.

 

I.  Fue un hombre de fe, de una fe profunda y personal. El Obispo Navarre, el Obispo para quien había sido nombrado coadjutor y quien lo conocía bien, escribió: "Se ve que ha sido formado por la majestad y la santidad de Aquel a quien representaba... Todo acerca de él  te llevaba a Dios y a su amor" (Annales 1893, p. 405). Se había donado, consagrado totalmente al Señor. Esto la expresó en su lema episcopal: "Tuus sum ego", "Soy tuyo". Vivió su vida con u para el Señor.

Era un hombre de oración. Leyendo su diario, escrito durante un período de veinte años, de 1872-1892, uno siente el impacto de lo que escribe acerca de la oración. Para dar unos ejemplos: "Oración es lo que hace que uno sea misionero... Es la oración que convierte a la gente". "Más y más estoy convencido que debo hacer de la oración la parte  más importante de cada día".

También experimentaba las dificultades de la oración: sequedad, distracciones. aburrimiento: "Mi oración ha sido estéril porque faltaba una preparación seria; mis dis­tracciones me hicieron perderlo todo". "Es imposible concentrarme en una cosa porque estoy tan cansado". "Es imposible rezar. No puedo hacer otra cosa que mirar mi cruci­fijo".

Con mucha frecuencia es su trabajo, la urgencia de sus obligaciones que lo absorben. También era difícil para él combinar su trabajo con su oración; sin embargo, perseve­raba: "He estado muy ocupado hoy día... y esto me impidió rezar cómo hubiera querido pero recé  trabajando y trabajé orando".

Si, era un hombre de fe y de oración y esto de una manera autentica y consistente. Este era el secreto de su vida. No es posible comprender a este misionero si no comence­mos con este punto: era un hombre enraizado en Dios, Tuus sum ego, Soy Tuyo.

 

II.  Era un hombre de un carácter fiero. A veces sus reacciones eran muy fuertes. Encima de todo era un hombre de tal bondad, generosidad y gentileza que cautivaba a la gente. Su personalidad atraía espontáneamente simpatía y respeto. El Obispo Navarre es una vez más testigo de esto:

"Iba de pueblo en pueblo... y en todas partes los indígenas lo amaban. Se le conocía simplemente con el nombre de "Misionero" o, en forma adaptada, "Mitsina". Sólo era "El Misionero". Los indígenas sentían que los amaba, que trabajaba por su bien. Una vez que comprendía lo que deseaba y percibían su bondad y gentileza comenzaron a tener una confianza ciego en Mitsi, como lo llamaban. Desde el comienzo el Obispo Verjus comprendió que para poder ayudar a los indígenas necesitaba conquistar su confianza... ¿Pero cómo ganarla? El Obispo Verjus conoció la formula y no  había para él dificultad alguna de utilizar los medios necesarios. Era necesario de amar sincera­mente a los indígenas y de darles una prueba real de nuestro afecto".

El P. Eugène Meyer,  su compañero en el noviciado y más tarde de sus años de estudiante en Roma y posteriormente Superior General de nuestra Congregación, lo ex­presó de esta manera: "Su rostro grave y serio transparentaba una gran bondad que impresionó a todos".

El Obispo Verjus es un hombre que en medio de situaciones de conflicto y hostilidad aportaba harmonía, comprensión mutua y paz. Era un hombre de la reconciliación. Uno de su pueblos donde actuó como mediador cambió su nombre que ostenta todavía hoy: Jesu Baibua, la paz de Jesús. Enrique Verjus ganó el título de gran jefe de la paz.

 

III.  Sin embargo, la característica del Obispo Verjus era su extraordinario espíritu misionero. El deseo de ser misionero forjó su vida desde la juventud. Sólo tenía once años cuando afirmó sin dudar ante la Hna. Flavia, miembro de la Congregación de San José de Annecy: "Hermana, seré misionero". Encontramos su vida resumida en estas palabras. Era la razón unitiva de su vida, el lazo que unió a a todas las etapas de su vida.  Cuando uno ha llegado a familiarizarse con su diario, este rendir cuenta muy practico de su vida, es evidente que la inspiración, el ideal que  recurre en la historia de su vida es este: Seré misionero". Es la motivación, la fuerza que pone su vida en constante movimiento. Naturalmente se observa un desarrollo: primero habla de las misiones con cierta fantasía y romanticismo, pero con el tiempo se vuelve más realista, sin duda cuando comenzó  a experimentar la dificultad de llegar a las misiones. Cuando                      arriba a Yule Island y visita un número impresionante de pueblos de la  extensa isla de Papa Nueva Guinea, frecuentemente con muchas dificultades, llega a conocer perso­nalmente lo que significa un clima tropical, el hambre, la sed, los ataques de malaria.

Su vida misioneros duraría sólo siete años pero cuánto trabajo, cuántos sacrificios para proclamar la Buena Noticia y para implantar la Iglesia en esta isla inmensa que es Pa­pua Nueva Guinea. Cuando arribó a las misiones tenía veinticinco años: un joven mi­sionero con un idealismo notable. Confrontado con dificultades reacciona con genero­sidad y a su propia manera, con su carácter fuerte y ardiente. Escuchemos nuevamente a algunos de sus contemporáneos que lo conocían bien. El P. Louis Couppé, superior de la misión por algunos años y luego Vicario Apostólico de Nueva Bretaña, lo des­cribe de esta manera: "P. Verjus siempre es piadoso, un buen religioso y un misionero celoso a pesar de cierta vivacidad y una tendencia de exagerar en el ejercicio de su mi­nisterio...  Frecuentemente juzga las dificultades como mayores o menores de acuerdo el estado de animo del momento".

P. Couppé escribió a su Obispo Navarre quien conoció la vida del Obispo aún más de cerca.. El juicio del Obispo Navarre es más sutil que el del P. Couppé: "El Obispo Verjus siempre actuaba con un profundo espíritu de fe, olvidándose de si mismo en todo lo que hacía. Estaba animado por este espíritu sin reservas a veces dejando de lado los medios naturales que hubieran podido serle útiles...  Normalmente razonaba de esta manera: Somos confrontados con una dificultad; tenemos que continuar. La tarea es una empresa por el amor de Dios y su mayor gloria. ¡Trataremos de preparar­nos y continuar adelante! Dios suplirá nuestras deficiencias...".

Leyendo  acerca de sus actitudes parece que escuchamos un eco fiel del espíritu de fe y valentía que animaba a nuestro Fundador, P. Julio Chevalier, quien inauguró los Annales de la Petite Société (Los Anales de la Pequeña Sociedad) con las pala­bras inolvidables: "Cuando Dios quiere que algo se haga, los obstáculos son medios para El...".

Si, El Obispo Verjus era ciertamente un idealista pero con un idealismo que le inspiró también a ser realista: "Intentaremos a prepararnos". (Obispos Navarre).

Preparándose en Roma para partir a las misiones, Enrique Verjus compone un vasto catecismo ilustrado para  los niños de Papua. Y en el Hospital de Santiago toma un curso para enfermeras, estudia enfermedades tropicales y los remedios esenciales para curarlos.

 

IV.  La imagen del Obispo Verjus, sin embargo, no es completa si no añadimos una característica complementario. Enrique Verjus deseaba ser un misionero y un mártir. Muchas veces expresó su deseo de ser mártir. Este deseo se repite en su diario con un refrán.

Para comprender esto es necesario partir del sentido original de la palabra mártir: un mártir es alguien que da testimonio. Era un deseo profundo de Enrique Verjus el de dar testimonio de Jesucristo, con el mensaje de Jesucristo, en el espíritu de Jesucristo, con el mandato de Jesucristo. Con nuestro  Fundador, Julio Chevalier, Enrique Verjus había meditado profundamente la exhortación  a la misión de nuestro Señor: "Así como el Padre me ha enviado así los envío Yo" (Jn 20, 21). Para Enrique Verjus era cuestión de un programa de vida: Así-así: como el Señor, así el enviado. Seguir a Cristo  signi­fica ser misionero, como el Señor. Estaba convencido que "un discípulo no es mayor que su Maestro, ni el servidor mayor que su señor" (Ntra 10, 24-25; cf. Lc 6, 40). Comprendió  la exhortación del Señor "que no había venido para ser servido sino para servir y dar su vida" (Ntra 20, 28), y sabía cuáles eran las consecuencias: "Si alguien desea ser mi discípulos, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su alma la perderá y quien pierda su vida por mi, la encontrará" (Ntra 16, 24- 25).

Tuus sum ego. Soy Tuyo. Enrique deseaba seguir a Jesucristo, y de una manera cohe­rente, aceptando todas las consecuencias. Escribe en su diario: "Mirando a mi Jesús crucificado, su corazón atravesado por mi, debo continuar y seguir el camino de la cruz. Y mirando las consecuencias de la cruz, especialmente su trabajo misionero, escribe: "La cruz es la única manera para conseguir verdaderas conversiones".

Probablemente Enrique Verjus da importancia a unos puntos esenciales que hoy en día hemos olvidado un poco o los estamos subestimando.

V.  Pasando revista con ustedes a estas característica del Obispo Verjus me apuro en añadir que era un verdadero Misionero del Sagrado Corazón.  De una manera propia  y de la manera de sus tiempos vivía con convicción y profundamente el carisma de nuestro Fundador, aquel don que el Espíritu Santo ha dado a nuestra Congregación para servicio de la Iglesia y del mundo.

Enrique Verjus vivía los puntos esenciales  de ese carisma; en primer lugar una pro­funda preocupación por los demás, especialmente por los más pobres, por los que su­fren y los que se encuentran en necesidad.  Un Misionero del Sagrado Corazón tiene que estar abierto a sus problemas (el "mal moderno") y venir en su ayuda de manera concreta. Para utilizar las palabras de nuestras Constituciones actuales: "Estaremos atentos, como lo estaba nuestro  Fundador, a los que sufren y a los que están en nece­sidad. Trataremos de desc ubrir las causas de sus sufrimientos, y de discernir, a la luz del Evangelio y escuchando al mundo y a la Iglesia, cuál ha de ser nuestra respuesta" (CS 21).

En segundo lugar: en el espíritu de nuestro fundador, parte de nuestra vocación  con­siste en estar imbuido de un fuerte sentido de misión, una misión sin límites. Sin   som­bra de duda, en el lema que no s entregó Julio Chevalier ("¡Sea amado en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús!") el acento está en las palabras en todas partes, "ubique terrarum".

En tercer lugar: esta profunda preocupación por el pueblo y  su  fuerte sentido de mi­sión tienen su origen en la conditio sine qua non de la vida de un misionero, que es: ser un discípulos del Señor, abierto y en escucha hacia El. En el centro del carisma de nuestro Fundador está un descubrimiento personal, el descubrimiento del amor de Dios ("Dios es amor") revelado en Cristo Jesús., en su corazón que nos llama. Somos misionero, apóstoles, no monjes; sin embargo, sería imposible ser misionero sin ser primero un discípulo de Jesucristo, abiertos a El, cercano a su Corazón.

Enrique Verjus vivía ésta vocación, en su tiempo y a su manera, y sigue siendo un ejemplo que es particularmente rico para nosotros, para nuestros compañeros de Con­gregación, para aquellos que son llamados a formar parte de nuestra Congregación y para mucha gente con los cuales vivismos y colaboramos en los 40 paises donde esta­mos presentes. Esto es lo que he experimentado como Superior General en la tarea que se me confiado.

 

 

PARTE SEGUNDA

Hoy día celebramos el centenario de la muerte del Obispo  Verjus. Pero sería con se­guridad un error y ciertamente contra el espíritu del Obispo Verjus el mirar mera­mente el pasado.  commemorare, en el sentido pleno de esa palabra, siempre tiene una dirección doble. Conmemoramos el pasado pero como una inspiración para hoy y para el futuro. La vida y el ejemplo del Obispo Verjus no pertenece sólo al pasado sino  sigue siendo hoy una invitación, un reto profético  a seguir adelante y a comprender (y responder) a los signos de nuestro tiempos. Enrique Verjus, si estuviera hoy con noso­tros, ciertamente nos invitaría a intentar a comprender la misión de la Iglesia en el pre­sente, nuestra misión en el presente. Me gustaría indicar brevemente  algunos retos importantes que reclaman nuestra atención.

I. En comparación con los tiempos del Obispo Verjus, ha habido un  cambio fundamen­tal en la manera de cu cumplir con la misión de la Iglesia: el tiempo del tránsito en sen­tido único de llevar adelante la misión, ha terminado. En los tiempos de Monseñor Verjus aun era posible de hacer una clara distinción entre iglesias evangelizadoras y iglesias evangelizadas. Gracias a la entrega de muchos en todas partes del mundo las iglesias han crecido y están creciendo, algunas aún muy jóvenes con sus propias posibi­lidades, su propias necesidades, sus propias preguntas y problemas, su estilo propio, sus propios proyectos para el futuro. (Es significativo que estamos celebrando este cente­nario con el Obispo de Bareina, Mons. Lucas Matlatarea, y con el Provincial de nuestra  Congregación MSC en Papua Nueva Guinea, P. Ignatius Endo, dos hermanos nativos de ese país).

En paises con una tradición rica de enviar misioneros, este desarrollo ha conducido a la pregunta si ha llegado el final  de la era misionera. Algunos están propensos s a  asumir que nuestra tarea misionera ha sido cumplida. Presumir esto sería un error serio. Más bien  estamos entrando en una nueva era misionera, donde misión cada vez más signi­fica asistencia mutua de las iglesia en todos los continentes del mundo. De esta "misión en todos los continentes" ninguna iglesia debería retirarse. Todos podemos aprender unos de otros, más de lo que pensamos.  Podemos complementar unos a otros y, donde fuera necesario, corregir unos a otros. "En todas las iglesia hoy  por hoy uno de los peli­gros más grande es la tendencia de recluirse en sus propias preocupaciones" (R. Gray, antiguo Superior general de los Padres Blancos). Ciertamente, hay suficiente trabajo  en casa, pero es esencial que el sentido de la misión en otros paises (ubique terrarum) sigue siendo una inspiración y una realidad viva. La Buena Noticia está destinada para todos. Compartimos la misión de la Iglesia que por siempre sobrepasa las fronteras. Evangelizando la Iglesia es al mismo tiempo evangelizada. Una iglesia particular enpo­brecería como iglesia si  se aislara a si misma de las demás iglesias olvidando el carácter universal de la Iglesia de Cristo... En el intercambio fraternal entre las iglesias particu­lares cada iglesia da, cada iglesia recibe, en la unidad de una "Iglesia universal sin fron­teras" (Evangelii Nuntiandi, 61). "Las riquezas de cada iglesia benefician a todas las demás" (Utrecht, 12 de Mayo de 1985).

II. El Concilio Vaticano II ha subrayado que la misión  es una tarea de todo miembro de la Iglesia. "Puesto que la Iglesia entera es misionera y la tarea de la evangelización es un  deber básico del Pueblo de Dios, este santo  Sínodo  los invita a todos a una re­novación interior" (AD Gentes, 35). "Todo discípulos de Cristo tiene la obligación de poner su parte en extender al fe" (Lumen Gentium,  17).

La celebración de este centenario es para todos nosotros y seguramente para la comu­nidad eclesial de Oleggio una invitación y un reto de renovar el espíritu misionero, nuestra responsabilidad, nuestro ardiente interés y nuestro espíritu de oración por las misión de Iglesia ubique terrarum, allá y acá, acá y allá. Es bueno recordar que la responsabilidad general de todos no excluye una  vocación especial.  Hoy en día tam­bién hay necesidad de sacerdotes, religiosos, laicos que están disponibles y son capaces de dejarlo todo y salir y anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra.  Hoy tam­bién la invitación del Señor es una realidad urgente, especialmente en Europa: "Cuando vio la muchedumbre sintió compasión... Luego dijo a sus discípulos: "La mies e es mu­cha pero los obreros pocos, pedid, pues, al Señor d el mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 36-38). Tenemos una necesidad urgente de obreros hasta aquí en Italia y también para la querida Provincia de los Misioneros del Sagrado Corazón en Italia.

III. Tenemos a nuestra disposición un importante documento  respecto a  la misión el Iglesia: la encíclica del Papa Redemptoris missio. Para nuestro Fundador, Julio Cheva­lier, y para Monseñor Verjus hubiera sido una alegría enorme de poder leer este do­cumento. Leamos unos cuantos pasajes.

       La Misión de la Iglesia, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la hu­manidad demuestra que esta misión se halla to­davía en los comienzos y que debemos compro­meternos con todas nuestras energías en su ser­vicio Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: « Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Cor 9, 16).  

En nombre de toda la Iglesia, siento impe­rioso el deber de repetir este grito de san Pablo....

El Concilio Vaticano II ha querido renovar la vida y la actividad de la Iglesia según las ne­cesidades del mundo contemporáneo; ha subra­yado su « índole misionera », basán­dola dinámicamente en la misma misión trinitaria. El impulso misionero pertenece, pues, a la na­turaleza íntima de la vida cristiana e inspira también el ecumenismo: « Que todos sean uno ... para que el mundo crea que tú me has envia­do » (Jn 17,21).

Redemptoris missio, 1.

 El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado: Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre que por ella envió a su propio Hijo, es pa­tente la urgente la misión.

Redemptoris missio, 3.

Con tres co-hermanos tuvo hace poco la oportunidad de visitar la misión de China donde un tiempo estuvimos presentes, en la provincia d Guizho, relativamente pe­queña con sólo 32 millones de habitantes.  Cuarenta años después de la expulsión de nuestro último co-hermano, estábamos profundamente impresionado por la fidelidad de los católicos y las dificultades de la situación en que viven. Durante esta visita me­dité sobre aquellas palabras del Papa y concluí: China,un país de mil cien millos habi­tantes; el porcentaje de los católicos está por debajo del 0.3%. Pero continuemos con el texto del Papa:

   Dios abre a la Iglesia horizontes de una hu­manidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión Ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anun­ciar a Cristo a todos los pueblos.

Redemptoris missio, 3.

Estas palabras están totalmente dentro del espíritu de Julio Chevalier y de Enrique Verjus: "Proclamar a Cristo a todos los pueblos".  "Sea amado pro todas partes el Sa­grado Corazón de Jesús".

Pero volvamos a Oleggio. Hace cien años, el Sábado 12 de Noviembre a las seis de la tarde el P. Víctor Jouët, MSC, arribó a Oleggio desde Marsella. Ha sido un hombre importante en la historia de nuestra Congregación: Procurador en Roma, amigo y con­fidente del Fundador. Ha desempeñado un papel más bien importante en lo que se refiero a nuestra aceptación de la misión del Vicariato Apostólico de Melanesia y Mi­cronesia (en 19881). Había escuchado de la grave enfermedad de Mons. Verjus y vino. "Pido sólo una g gracia... llegar a tiempo". Su oración fue escuchado y permaneció a su lado durante ante la ultima noche de su vida.

El P. Jouët recuerda esta noche con paginas que yo encuentro muy conmovedoras:  su encuentro, el intercambio fraternal de experiencias, expectativas, esperanzas, orando juntos. El momento más hermoso llegó cuando Víctor Jouët abrió la Biblia y leyó el  capítulo 17 del  Evangelio de San Juan: la oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena. En el transcurso de la noche los dos meditaban sobre este texto, tan querido al Fundador. Meditaban y reflexionaban sobre el con profunda emoción, conmovidos hasta las lagrimas.

"Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a Ti...  Esta es la vida eterna que Te conozcan a Ti como único Dios verdadero y a Jesucristo..."

Enrique Verjus reacciona: "Oh, eso es; eso es todo lo que les he dicho".

"He glorificado tu nombre en la tierra y concluido la obra que me has confiado..."

Una vez más, "Opus consummavi... he terminado la obra".

"He dado a conocer tu nombre a los hombre que tomaste del mundo y me diste.. Tuyos eran y me los diste y ellos han conservado tu palabra...

Padre Santo, guarda a los que me diste en la fidelidad a tu nombre para que puedan ser uno como nosotros...

Ahora voy a Ti y mientras estoy aún en el mundo digo estas cosas para que participen en mi gozo completamente... Conságralos en la verdad. Tu palabra es verdad...

Les he dado a conocer tu nombre y seguiré dándoselo a conocer para que el amor que me tienes esté en ellos..."

Nuevamente una reacción  de Monseñor Verjus: "Oh, es verdad; eso es, eso es...".

 

Queridos hermanos y hermanos, queridos amigos.

 Estamos agradecidos por el don y la gracia que el señor que nos ha dado en Estanislao Enrique Verjus, nacido aquí en Oleggio, muerto aquí en Oleggio. No es sólo un hombre  del pasado, ¡no!  Defunctus adhuc loquitur, "aunque esté muerte sigue hablando" (Heb 11, 4).